Todo el que ha construido alguna vez un «cielo nuevo» ha encontrado el poder para ello solamente en su propio infierno.
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Esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, y así no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba.
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De las miserias suele ser alivio una compañía.
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Un hombre de estado debe tener el corazón en la cabeza.
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Y es que la naturaleza no hace nada en vano, y entre los animales, el hombre es el único que posee la palabra.
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El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el loco es quien quiere meter el cielo en su cabeza.
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Cien veces al día burlamos nuestros propios defectos censurándolos en los demás.
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Nada te puede dar la paz, excepto tú mismo. Nada te puede dar la paz, excepto el triunfo de los principios.
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Aprende a vivir y sabrás morir bien.
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No hay cosa más excusada y aun perdida que el contar el miserable sus desdichas a quien tiene el pecho colmado de contentos.
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No se ganan los hombres con favores sin obras.
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A menudo los grandes son desconocidos o peor, mal conocidos.
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La policía a veces inventa más de lo que descubre.
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En cuanto a la adversidad, difícilmente la soportarías si no tuvieras un amigo que sufriese por ti más que tu mismo.
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Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho.
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¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.
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Los hombres creen buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino agitación.
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La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez.
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El requisito del éxito es la prontitud en las decisiones.
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Los remordimientos se adormencen en la prosperidad y se agudizan en los malos tiempos.
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